BRUJAS, CRÍMENES Y EMBARGOS. LA INQUISICIÓN EN CAMPO CÁMARA. AÑO 1756.

 


Algunas noches del año, por ejemplo la víspera del Día de Difuntos, Nochevieja o aquellas otras en las que los perros no paraban de ladrar con tono lastimero, mi abuela, una vez apagada la lumbre, apartadas las trébedes y el morillo, dejaba las tenazas bajo la chimenea en forma de cruz y nos decía que era para que no entraran las brujas.

Y es que las brujas llevaban haciendo acto de presencia por estos parajes hacía ya muchos siglos.

Una de las supuestas brujas de esta historia (Bernarda Vizcaíno) llegó a declarar que: “se untaban y después de las doce de la noche volaban, iba a ver tierras”, “habían pasado por Granada, Alicante y otra ciudad que no especificó. Previamente se habían untado con un unto que (una de ellas) sacó de un pequeño puchero y que se pusieron en las comisuras de los labios y en las axilas. Según describió, la sensación mientras volaban era como si las llevasen cogidas por debajo de los brazos. Una iba delante liderando el grupo y veían las ciudades tan claro como si fuese de día hasta llegar el amanecer.”

 

Aquelarre. Goya

 

Si bien, para situar a los personajes de este suceso, debemos retrotraernos a la adquisición de Campo Cámara por Enrique Enríquez de Quiñones, tío de Fernando II de Aragón, Mayordomo Mayor de los Reyes Católicos, tras la compra a los hermanos Abduladines.

 

Enrique Enríquez aglutinó los señoríos de Orce, Cortes y Galera, formando así el Estado de Baza, que fue pasando de generación en generación a sus descendientes hasta que, a finales del siglo XVI, una vez desaparecida la línea sucesoria masculina, fue a parar a D. Juan Luis de Zúñiga y Enríquez, Marqués de Aguilafuente, como marido de Dª. Juana Enríquez López -  Portocarrero.

 

Con posterioridad, a partir de 1782, por vía matrimonial, aquellos dominios pasaron a formar parte del ducado de Abrantes y Linares, donde se mantuvo hasta la venta de los mismos que ya ha sido tratada en anteriores entradas.

 

Los Enríquez residían en Baza, los marqueses de Aguilafuente en Valladolid y los duques de Abrantes en Madrid.

 

 


 

Dada la distancia existente entre el domicilio de los Señores y sus tierras granadinas, eran los Gobernadores Generales los que administraban y dirigían el estado y la Casa de Baza.

 

Uno de ellos fue Andrés de Segura Nieto Romero, nacido el 6 de Agosto de 1681, accediendo al cargo en el año 1720, siendo el auténtico dueño del lugar toda vez que el Marqués de Aguilafuente delegaba en el mismo la totalidad de sus derechos y obligaciones. Se convirtió en el personaje más conocido del noreste granadino, llegando a ser miembro del Honrado Concejo de la Mesta pues, no en vano, era el ganadero más rico del Reino de Granada. Sus cabañas eran visibles desde Villanueva de los Infantes, en el Reino de Toledo, hasta las costas de Cabo de Gata; y desde Vilches, en el Reino de Jaén, a tierras del levante como Orihuela o Villena. Murió en su palacio de Orce el 18 de junio de 1762, pueblo en el que era más conocido incluso que el propio marqués.

 

Palacio de los Segura (Orce)

Palacio de los Segura (Orce)

 

 

Estos Gobernadores, a su vez, se valían de otras personas en las que delegaban el gobierno y la administración de los bienes del aristócrata, siendo uno de ellos Álvaro Vicente de Mendoza, protagonista de la presente entrada.

 

Álvaro, hijo de Lorenzo de Mendoza, nació en Granada en el seno de una familia acomodada, estudió gramática y filosofía, y se tonsuró y adscribió a una orden religiosa. Cuando contaba con 17 años de edad, su familia fue acusada “por culpas de mahometismo”, concluyendo el Tribunal que su familia provenía “de casta de moros”.

 

Se confiscaron sus bienes y se les condenó a destierro, no pudiendo acercarse a menos de 8 leguas de Granada y no pudiendo vivir en puerto de mar. Por ese motivo se trasladaron a Orce, donde establecerían su residencia al cobijo de Andrés de Segura.

 

También se les condenó a la penitencia de sambenito (saco bendito) con dos aspas, que consistía en vestir una túnica sin mangas de color amarillo, con dos cruces diagonales cosidas o pintadas. No podían, por tanto, vestir sedas ni piedras preciosas.

 


Sin embargo, Álvaro de Mendoza, una vez establecido en Orce y bajo la protección del Gobernador del Señor Marqués, comenzó pronto a incumplir la pena impuesta por el Santo Oficio, declarando múltiples testigos que: contestan en aver visto al reo con chupa y medias de seda con galones de oro y plata, calza de terciopelo, capa de grana, peluca, bastón de puño de plata y espadín, armas cortas, […], llevando asimismo sortijas, y anillos con piedras preciosas en los dedos.”

 

En Junio de 1752 desapareció un niño pequeño, hijo de Pascual Fernández, un humilde albañil de Baza, apareciendo días después en un estercolero una mano amputada, que sin duda debía pertenecer a la pobre criatura.

 

Las autoridades detuvieron a cinco mujeres que deambulaban por las cuevas de Baza (luego se descubriría que eran de Orce): Antonia Guillén, llamada «la telaraña» o «la larga», María Antonia Moreno, su hija, Josefa Tudela, alias «la murciana», Josefa Romero y Bernarda Vizcaíno.

 

Las primeras tomas de declaración las llevaron a cabo Pedro Bustanovi, teniente de corregidor y Juan Antonio Guillén de Toledo, su asesor (pariente de una de las inculpadas), ambos lacayos del todopoderoso Andrés de Segura, motivo por el que dichas mujeres inculparon en un principio al maestro de capilla Ventura Torriens, si bien, a posteriori, comenzaron a cambiar la versión de los hechos e inculparon Álvaro de Mendoza, mayordomo mayor de Andrés Segura Nieto, esgrimiendo como móvil del crimen curar la impotencia de su amo con las entrañas y vísceras del recién nacido.

 


 

Un testigo, Francisco de Sena, relató que se comentaba en Baza y sus alrededores que Andrés de Segura utilizó los despojos del niño para curar ciertos problemas de salud: «[…] porque es público que a costa de su mucho caudal y como cacique de Orce, ha facilitado con algunos sujetos de mal vivir a quiénes protege judicialmente, que éstos violentamente castren a algunos hombres para medicinarse él mismo». Que además había recibido noticias de que ya se había castrado a un hombre de nacionalidad francesa y a otro que se dedicaba a vender cosas, y que Álvaro de Mendoza era su único confidente y quién manipulaba y organizaba todos los sacrificios.

 

El relato que realizan las acusadas sobre lo acontecido es escalofriante y puede herir la sensibilidad del lector:

 

Álvaro de Mendoza había realizado un encargo a la madre de esta, Antonia Guillén. Una noche esperando que se llevase a cabo dicho “encargo” entraron en su casa Josefa Romero y Bernarda Vizcaíno y le trajeron un niño que Antonia Guillén puso boca abajo en sus rodillas.

 

La reo con una alpargata o espartera fue refregando al niño la boca y cara y dijo a una de las otras pusiese una cazuela para recoger las babas y lágrimas, lo que así practicaron. Que después, porque lloraba el niño pusieron otra cazuela y sacando esta reo un cuchillo, lo degolló, separándole la cabeza del cuerpo, y la sangre que recogieron se echó en una redoma.

 

Una vez que terminaron de extraerle dicha sangre, puso al niño apoyado en un escalón de la casa y le propinó dos cuchilladas en la muñeca hasta cortársela. A continuación «lo colgó con la soga por los pies desde el techo, le abrió, le sacó el mondongo, asadura, corazón y todo despojo con la mano [y] lo echó en una espuerta». Seguidamente le introdujo una caña en el cuerpo abierto, lo taparon con una estera y lo dejaron colgado unos tres días (no lo recordaba bien la declarante). Los restos extraídos, a excepción de las lágrimas, babas y sangre, fueron llevados a la puerta del maestro de capilla don Ventura Torrién. Al día siguiente regresó Álvaro Mendoza a la casa de Antonia Guillén y se llevó la sangre del niño.”

 

El Tribunal de la Inquisición, viendo el cariz que estaba tomando el asunto, decidió intervenir, llamando a declarar a la ciudad de Granada tanto a Álvaro de Mendoza como a Andrés Segura.

 


 

Después de tomar declaración a todos los acusados, el 11 de junio de 1755, el fiscal del caso suspendía la causa contra don Andrés de Segura Nieto, quedando libre de cargos. Por su parte, Álvaro Vicente de Mendoza, su mano derecha, fue condenado a cárceles secretas, embargo de bienes y prosecución de su juicio. No obstante, dicho juicio nunca siguió su curso, sin duda debido a la larga mano de Andrés Segura Nieto, toda vez que todo apuntaba a que él era el cerebro del asesinato.

 

Álvaro Vicente de Mendoza acabaría siendo apresado en las cárceles secretas de la Inquisición granadina a mediados de 1756 y juzgado poco tiempo después, pero, nunca por el incidente del niño de Baza, sino por su pasado morisco, el cual reconoció al declarar incluso que cuando vivía con sus padres “la olla principal se ponía sin tozino, y este se cozía aparte en un puchero y que se servía, según cree, para el declarante y sus hermanos varones”.

 

Por ello, acabaría participando, como único reo, en el Auto de Fe celebrado en Granada el 14 de octubre de 1759, por relapsos de mahometismo, siendo condenado a reclusión perpetua, recogiéndose en los Anales de Granada la siguiente nota: “Año 1759. Domingo 14 de octubre. Auto en la Iglesia de Santiago Apóstol, Sale un único reo, Álvaro Vicente de Mendoza, de casta y generación de judíos moriscos. Cárcel perpetua.”

 

Auto de Fe. Goya

La Inquisición embargó los bienes de Álvaro de Mendoza, incluidos los que ostentaba en Campo Cámara, siendo el encargado de remitirlos a Orce Don Diego Pérez, Gobernador de la Villa de Cortes.

 


Entre los bienes que Álvaro de Mendoza tenía en Campo Cámara aparecen varias fanegas de trigo, panizo, garbanzos, cáñamo, lino….




 

 

De igual forma, había ganado cabrío y lanar.

 

 




Sobre este último extremo, llaman la atención las pesquisas llevadas a cabo para localizar dichos ganados, ya que el 28 de Agosto de 1756 varias personas se desplazan “al Río del Pozo, distante de dicho Cortijo (Campocámara) poco más de una legua”, en busca de las cabezas de ganado con el yerro de Álvaro de Mendoza. Estuvieron presentes Juan de Gea, Andrés de Espinosa y el matadero de Diego Pérez, Tomás del Castillo, haciendo además referencia al matadero de Andrés de Segura, llamado Roque, localizando algunos animales, si bien, según manifestó Tomás del Castillo, 6 se los habían comido los lobos (“solo quedó el gastadero”), 2 los pájaros y otra se murió….

 


 






 





Fuentes:

Archivo Histórico Nacional

Archivos Históricos Andaluces 

DE DICHOS CRIADOS, TAL SEÑOR.
MECENAZGO, VIOLENCIA Y FRAUDE. LOS SEGURA
NIETO DE ORCE A LA SOMBRA DEL BARROCO
José María García Ríos (Universidad de Córdoba).

FAMILIA, CULTURA MATERIAL
Y FORMAS DE PODER
EN LA ESPAÑA MODERNA

III Encuentro de Jóvenes Investigadores en Historia Moderna.
Universidad de Valladolid 2 y 3 de julio del 2015

Extraños sucesos o la farsa de la brujería popular
Rocío Alamillos Álvarez

 



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