Un arriero llega a Campo Cámara

No por casualidad, el lugar por el transitaba se conocía como Camino de los Arrieros. 

Aunque hasta ese momento y, desde hacía dos días, no se había cruzado con ningún compañero de fatigas, ya que éstos iban escaseando desde hacía tiempo, otrora era un camino lleno de cagajones.

Eran tiempos difíciles para su oficio pues, después de la Guerra, se trataba a arrieros y trajineros no menos que de maleantes, traficantes y estraperlistas, muchas veces con razón, ya que en ocasiones había que hacer lo imposible para llevar unos cuartos a la casa.

A la persecución de las autoridades se unía el peligro de los asaltantes de caminos. Grupos como el del Carbonero y el Espailla, que no dudaban en arrebatar su medio de vida a un pobre arriero.

Una vez alcanzada la altiplanicie, tras dejar atrás Los Laneros y, aunque aún quedaban manchas de lo que fue un frondoso bosque, se lograba un poco de tranquilidad pues los bandoleros llegaban hasta ese punto de forma muy esporádica ya que los guardas de los señoritos, dueños de todo lo que alcanzaba la vista,  tenían orden de disparar antes de preguntar quién vive, sabiendo que la Guardia Civil no iba a hacer demasiadas preguntas si desaparecía un maleante.

Entre los pinares, ya ganado el llano, tras una penosa subida y a pesar de la espesa niebla meona que hacía rato empapaba sus ropas y embarraba el suelo, podía distinguir la sombra del que llamaban Cerro del Peñón, detrás del cual se encontraban los Cortijillos de Campo Cámara, donde tenía previsto pasar la noche en la Fonda del Tío Emilio o en la de Aurelia (aún no lo había decidido). La Posada de las Yeguas quedaba un poco más lejos, en el Cortijo del Rey.

Era 15 de Noviembre de 1941.  

Calle del General Mola. Después Calle Mayor. De siempre..., la Calle Alante. Foto: Fionán O'Kelly

Cuando salió de la Rambla de Albox cuatro días atrás, con las angarillas cargadas de cántaros y lebrillos para el mercado del Pozo, las cuales a la vuelta vendrían a rebosar de trigo, cebada y almendras, el sol y el calor le despidieron junto a su familia, pero sabía que una vez pasadas la Vertientes, el clima de esa zona pegada a la Sierra era inclemente y, en los claros del monte, venía un viento de poniente que rebanaba.

El tramo que restaba hasta llegar a su destino era cuesta arriba, lo cual, unido al cansancio y hambre que arrastraban tanto arriero como bestias, iba a hacer esos últimos pasos interminables.

 

Los Arrieros (Juan Navarrete Ortega) Revista Cultural El Arriero

No veía el momento de liberar a las caballerías de sus pesadas cargas, encargar una cena reconstituyente a base de maimones y choto frito con ajos en lo del Tío Emilio (ya había decidido dónde hospedarse), y pasar un rato en la bodega del Cojo, con los oriundos y con los conocidos que, años atrás, habían dejado Albox para trabajar las antiguas tierras del Duque de Abrantes, ahora de los señoritos y de las monjas. En la flamante taberna de Eulogio había baile, pero no tenía el cuerpo para pasodobles. Además, una rama verde de pino colgada en la puerta del Cojo indicaba que el vino era joven.

 

Los Arrieros (Juan Navarrete Ortega) Revista Cultural El Arriero
 
 
Allí, mientras echaban una partida a la treinta y una, le contaron lo que había ocurrido con El Carbonero y El Espailla, poniendo máxima atención a cualquier mínimo detalle para poder contarlo a su regreso a Albox, que era el modo en el que se transmitían las noticias en esa época. Jugaban con él el Copio (el cual tenía que apañarle antes de partir unos herrajes que se habían movido con el traqueteo del viaje), Virgilio y Eugenio, y miraban la partida Antonio Cuadrero, Alfredo y Juanillo.
 
Bar de Eulogio años después. Foto: Luisa Font Bosque

- El Carbonero se llamaba Antonio Manchón Jiménez y era de Nerpio, de la parte de Albacete, mientras que El Espailla se llamaba Melchor Alonso Mellado,  y era de Cuevas de Vera, dijo uno de los parroquianos.

-Se llamaba Antonio Manchón Martínez, pero se equivocaron cuando era quinto y le alistaron con ese nombre, y ya se lo dejó así, aclaró otro de los integrantes del grupo. 

- Del primero decían que había matado a cinco curas en Zurgena, así como a otras personas de Albox y otros pueblos, y el segundo había matado a un cura en Ballabona, que se supiera.

- Uno de los observadores, susurrando, se dirigió al resto de la mesa: bajad el tono vaya a ser que asome quién ya sabéis y tengamos higos y bellotas, que está muy reciente to lo que pasó con los señoritos y en el cuartel de Cortes, además, acordaos que la otra noche cuando nos echaron de ca Wenceslao les tiramos piedras a los civiles en el callejón del Tío Emilio, y están que echan yesca.

- Cuando acabó la Guerra, prosiguieron con voz más baja, los metieron en la Prisión de Cuevas de Almanzora, de la que se escaparon juntos el 4 de Mayo de 1940 y se echaron al monte.

 

Uno de los parroquianos terció en ese momento que se trataba de guerrilleros que luchaban contra Franco, pero el arriero tenía otra opinión, ya que en Matián le contaron que estuvieron tres días escondidos en una chabola de piedra, esperando pacientemente, y cuando vieron que por la rambla venían varios arrieros que él conocía, les salieron al encuentro, dieron el alto y les quitaron las carteras, obteniendo entre los seis arrieros unas 500 pesetas.

.- Sí, pero otra vez, insistía, también en Matián, secuestraron a un señorito, un tal Vigueras, que se había dedicado a “pelar” a las mujeres republicanas, y le pidieron 1000 pesetas de rescate, lo que pasa es que llegó la Guardia Civil y se tuvieron que ir, pero dejaron una nota en lo alto del cerro de Los Vigueras de Matián que ponía: “fuimos a trabajar y no nos dejaron, nosotros necesitamos dinero para comer y nos lo tienen que dar los señoritos, que son los que tienen la culpa de que estemos nosotros así, ¡Viva la República!, ¡Viva España!, y para que sepan ustedes quienes somos firmamos, Antonio Manchón y Melchor Alonso”. 

- Bueno, dejaos de agolorios vayamos a meter la perra en las cebollas, dijo Virgilio, te toca que vas de mano, insistió dirigiéndose al Copio.

- Estaba claro que no iban a ponerse de acuerdo, así que pidieron otra ronda de clarete y siguieron con la historia.

- Uno que aseguraba que los vio una vez bebiendo agua en la Cerrailla, los describió así: El Carbonero era alto y muy moreno, con las cejas muy grandes y juntas; le faltaba medio dedo de una mano, siempre vestía pelliza oscura, botas y, en ocasiones, embozado en una manta que no se veían más que los ojos, o en un capote militar hecho yesca y remendado de los que llevaban los rojos. El Espailla llevaba boina, cazadora de tela y alpargatas, y le decían el Rubio, aunque era más bien pelirrojo.

La forma de actuar siempre era la misma: armados hasta los dientes con fusiles, pistolas, bayoneta, tercerola, bombas al cinto o de mano y mosquetón, sorprendían a los incautos caminantes y viajeros, generalmente a última hora de la tarde o de madrugada, saliéndoles al paso en rincones apartados, nunca en casco urbano o lugares muy poblados y, profiriendo amenazas e intimidándoles con los armas, les exigían documentación y la entrega de dinero o cualquier bien que llevaran consigo (ovejas, mulos, tijeras de marcar ganado, etc).

El 15 de Septiembre de 1941 la Guardia Civil mató al Espailla en el Cortijo de Lorrán (Oria), pero El Carbonero se escapó.

 

Cortijo de Lorrán (Oria)

El perseguido se dirigió al cortijo de Juan Carrión Martínez, el Barbero, en Oria, y antes de que llegase la Guardia Civil, se fue al cortijo de José Ayora Simón, donde asomó la Guardia Civil a las 8 de la tarde del 21 y detuvo a los moradores.

Juan Carrión Martínez, al ser interrogado por la Guardia Civil,  delató a las personas que, por diferentes motivos, daban cobertura a la partida del Carbonero, siendo todos ellos detenidos.

La Guardia Civil de Chirivel tuvo noticias de la presencia del Carbonero y sus acompañantes en el Ventorrillo de la Magra en la noche del 25 al 26. Se personaron a las primeras horas del 26, sin llegar a detenerle.

Poco a poco se iba desmoronando su infraestructura y tenía pocos sitios donde meterse.

El 8 de octubre el Carbonero se agazapó en el cortijo Los Conzos, del término de Cúllar Baza, que estaba deshabitado y que era paso de estraperlistas, desvalijando de sus carteras a cuantos con dirección a Orce y Huéscar pasaron ese día, que en total debieron ser unos once o doce. Una de las personas atracadas, Juan Carrillo García, de Albox, se personó en la barriada del Margen a las 11 de la noche, en donde puso el hecho en conocimiento del alcalde pedáneo y, por conducto de éste, se hizo llegar la noticia al comandante de puesto de Cúllar Baza. También denunciaron el atraco en el puesto de Albox, los vecinos de dicha localidad: Pedro Sáez Chacón, Fidel Martínez Expósito, Trinidad García Carrillo y Juan Navarro Caparrós. 

Carbonero y Espailla. Dibujo hecho por ellos mismos. 


Juzgado Togado territorial Nº 23 de Almería

 

Al día siguiente, 9 de Octubre a las 2 de la madrugada, El Carbonero abandona el cortijo Los Conzos con dirección a Campo Cámara.

El pastor José Martínez Bujaldón, conocido por José Cayetano, natural de Oria, que vivía en una cueva en el río Baza, pone en conocimiento de las fuerzas de seguridad “que el Carbonero, ya se había marchado, llevándose la querida...”. La Guardia Civil permaneció en dicha cueva en espera de que volviese hasta el día 28, fecha en la que, en unión del detenido Ángel Fernández Venteo, se trasladaron al paraje del Pinar de Campo Cámara, “a casa de un amigo del Carbonero, llamado Miguel Azor Carrión”.

Cuando se hizo presente la Guardia Civil El Carbonero ya se había marchado, ¡a buenas horas mangas verdes!

Al mediodía del día 7 de noviembre, una patrulla volante de la Guardia Civil dedicada a la persecución de huidos rojos, acompañados por un paisano que les servía de enlace, Miguel Sánchez Sola, se presentaron en la Majada de los Masegosas, enclavada en la rambla de la Hinojera (Cúllar Baza). En una cueva de ese lugar se refugiaba El Carbonero. Se montó un servicio alrededor de dicha cueva, “situándose el sargento en el ángulo que forma la pared del corral; el guardia Ortiz, sobre la pared de la fachada, junto a la puerta principal; y los guardias Palacín y Barrios y el enlace, en los alrededores de la cueva convenientemente distribuidos”.

Cercada la cueva, el sargento realizó unos disparos de pistola hacia una ventana. Al momento acudió a esa ventana Antonio Manchón y comenzó a disparar con su fusil a la fuerza situada al frente de la misma, sin apercibirse de que en la fachada había un guardia civil que, por indicación del sargento jefe de la fuerza, lanzó una bomba de mano al interior de la cueva, “la cual cayó en la cocina y terminó fulminantemente con el forajido, que se halló muerto próximo a la ventana y junto al mismo un mosquetón, correaje con cartuchos y varias vainas en el suelo”. Como consecuencia de la explosión de la bomba de mano resultó también herida la joven que le acompañaba llamada Isabel Navarro Sánchez, que contaba 18 años de edad, la que falleció al ser conducida a Cúllar-Baza.




                                   Acta de defunción de El Carbonero. Registro Civil de Cúllar

En este momento termina trágicamente la violenta actividad del controvertido “guerrillero” y comienza a gestarse, de boca en boca, la popularidad del célebre “bandolero”.

El arriero, al que el cansancio y el vino le estaban dando una morrera importante, se despidió de sus antiguos paisanos y se volvió a la fonda, que estaba en la misma calle, para descansar. 

 


 

Al día siguiente tenía que acercarse a las tiendas que tenían los Granados (una al lado de la fonda en la que pernoctaba), otra más en la calle alante, y otra en la Ermita regentada por Luís, así como por la de Petronila, para recoger unos encargos,  y después debía llegar a Pozo Alcón  para cargar mercancía. Aunque pasar por la Caseta y saludar al tío Joaquín y a la Tía Visitación siempre era agradable, pensar en la bajada del cejo del pozo, el cruce por la Canaca y la posterior subida, le daba escalofríos. 

Finalmente, volvería a Albox con las alforjas llenas de bienes que vender y de noticias que contar.

Ese sería uno de sus últimos portes ya que, la mejora de los caminos y carreteras, junto a la circulación de los primeros camiones (el Barreiros de Diego no tardaría mucho en echar humo por esas calles), fueron relegando su oficio a meros recuerdos que brotaban al lado de la lumbre en las tardes de invierno, y en las puertas de las casas las noches de verano.

 

 

Fuentes escritas:

LA PARTIDA DEL CARBONERO Y EL
ESPAILLA AL FINALIZAR
LA GUERRA CIVIL
Eusebio Rodríguez Padilla
Doctor en Historia

REVISTA VELEZANA. Vélez Rubio (Almería). Nº 26, 2007, p. 83-94

 

LOS ARRIEROS

Juan Navarrete Ortega

Revista Cultural "El Arriero" Albox 


Fuentes orales:

Cirilo Martínez (Cirilo el de la Sabina),

a través de Esteban Olmedo Fernández y Juan Miguel Olmedo García.

 

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