Garbancito en Campo Cámara


Crónica: Andrés Martínez Martínez
Foto: Eliseo Vallés Martínez



Eran las seis en punto de la tarde en Campo Cámara, día 16 de Agosto de 1954, día grande de la feria y fiestas, Día de San Roque.

La gente esperaba expectante en la improvisada plaza, montada con más de cincuenta carros dispuestos en círculo, en la era de la Piedad.

Los mozos, alborotados y eufóricos. Los Mayordomos de San Roque habían repartido más de veinte arrobas de cuerva, el típico brebaje espirituoso, hecho con vino, al que se le añaden melocotones y azúcar. Pócima preparada la noche anterior con lo que se consigue una exponencial subida del alcohol.

Las mozas, ataviadas con sus mejores vestidos, algunas (las Hijas de María) con mantillas negras cubriendo sus cabellos, y abanicos desplegados intentando refrescar el aire,  subidas a los carros y sentadas en sillas de enea.

De pronto, la algarabía. Niños corriendo hasta la plaza: “¡ya viene, ya está aquí!” gritaban; subían y bajaban como poseídos por alma que lleva el diablo, nerviosos, todos querían tocarlo. 

Por el callejón de Aurelia, como si de un actor americano se tratara, hizo su aparición él, el causante de tanta expectación, Francisco Guijarro, Garbancito de Castril, el torero de Huéscar, aunque nacido en Fuentesnuevas (una cortijada de Castril), fue en la ciudad oscense dónde desarrolló prácticamente toda su carrera taurina.

Vestía el Maestro un sobrio vestido negro azabache. Su rostro serio, impasible, sin demostrar emoción alguna ante el importante reto que tenía por delante, más que por tener que enfrentarse en solitario a los dos novillos dos, casi cuatreños, por el hecho de que esa tarde se jugaba la aprobación de la familia de la que, a la postre,  fue su compañera durante toda su vida, Felicita García Muñoz, de la brava saga de Los Carreteros, familia de reconocido prestigio y reputación de Campo Cámara.

Al entrar a la plaza, el gentío, puesto en pie, lo recibió con una impresionante ovación y gritos de “¡torero, torero!”.  Iba acompañado por una cuadrilla de subalternos de circunstancias, formada por Cayetano de Baza, Remigio Rodríguez y Eulogio el del Camión.

Los morlacos pertenecían a la afamada ganadería de D. Antonio Puertas el Royero, que pastan en la finca de El Pilar. Bien presentados, serios, con cuajo.

El primero salió abanto, espantadizo y rehuyendo las llamadas de los capotes; el segundo un manso de libro, huidizo, siempre barbeando las tablas (carros en esta ocasión), desarrollando peligro al acudir a las llamadas de Garbancito como quien sabe lo que deja atrás.

Poco pudo hacer el Maestro con los dos prendas que le tocaron en suerte. No fue posible el  lucimiento en ninguno de sus oponentes, y aunque todo él fue un derroche de valor, en ningún momento se amilanó, reponiéndose una y otra vez de los numerosos revolcones que le propinaron, sobretodo el segundo. Luego, con el paso de los días, se supo que la noche anterior a la corrida, algunos mozos del pueblo abrieron la cuadra de uno de los toros y estuvieron varias horas dándole capotazos, de ahí el sentido desarrollado en la plaza.

El presidente, a petición del respetable, le concedió una oreja de cada uno de sus antagonistas, en reconocimiento al enorme valor derrochado.

Tarde redonda para Francisco Guijarro, Garbancito de Castril, ya que también consiguió la aprobación de los Carreteros.

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